A Chari, fuente de inspiración de este canto
La paz, ese anhelo ancestral que habita en el corazón de cada ser humano, es más que la ausencia de guerra. Es un estado de armonía interior que se refleja en nuestras relaciones con los demás y con el mundo que nos rodea. Es la semilla que florece en la comprensión, el respeto y la empatía.
La no violencia, su compañera inseparable, es el camino que nos conduce a ese estado de paz. Es la fuerza de la verdad, la valentía de la ternura y la sabiduría de la humildad. Es la elección consciente de construir puentes en lugar de muros, de dialogar en lugar de confrontar, de amar en lugar de odiar.
Recordemos a Mahatma Gandhi, quien demostró al mundo que la no violencia puede ser una fuerza transformadora. A través de la desobediencia civil pacífica, lideró a la India hacia su independencia, inspirando a millones de personas en todo el mundo. Sus palabras, “El ojo por ojo deja al mundo entero ciego”, siguen siendo una poderosa llamada a la reflexión.
En un mundo fragmentado por conflictos, la paz se erige como un faro que ilumina nuestro camino. Es la esperanza que nos impulsa a seguir adelante, a trabajar juntos por un futuro mejor. Es la certeza de que, aunque los desafíos sean grandes, la capacidad de amar y de perdonar es aún mayor.
Como dijo Nelson Mandela, “La paz no es la ausencia de conflicto, sino la habilidad para lidiar con él por medios pacíficos”.
Cada acto de bondad, cada sonrisa compartida, cada palabra amable, son pequeñas semillas de paz que sembramos en el mundo. Son gotas que, al unirse, forman un océano de armonía.
La paz no es un destino, sino un viaje. Un viaje que emprendemos cada día, con cada decisión que tomamos. Un viaje que nos invita a ser constructores de un mundo más justo, más humano y más compasivo.
Foto: Alegoría de la Paz de Valeriano Salvatierra (Prado, Madrid). Luis García.