Tere no sabe muy bien cuándo abrió al público el pequeño local que actualmente acoge al Marrovi en la calle Doctor Urquiola, 2. Sí sabe que tanto ella como su marido Andrés abrieron sus puertas a finales de 1975 y que ya era casa de comidas. Era el Senén y cuando ellos llegaron, con apenas 24 años, decidieron adoptar su carta.
“Nos obligaban a dar un menú diario, pero todo el mundo quería comer de carta”, me cuenta. La Delegación Provincial de Madrid selló aquella carta en enero de 1976. El menú, de dos platos, costaba 100 pesetas. Pero la carta era inmensa. Un cocido completo, 70 pesetas. La fabada, 65 y unas buenas lentejas, 25. El litro de vino manchego estaba a 30 pesetas y la botella de cerveza, a 15. Eran otros tiempos.
Me cuenta Tere que el Senén era el segundo bar que acogía el local. Fue su dueño quien decidió quitar la pequeña barra y dejarlo como restaurante, sirviendo los platos directamente desde la cocina. El edificio se levantó en 1964, por tanto es muy probable que desde ese primer momento, el actual Marrovi ya abriera sus puertas como taberna.
Ha llovido mucho desde entonces. La asturiana Tere Mayo y el manchego Andrés Navarro, natural de Ciudad Real, han pasado 42 años de su vida al frente del Marrovi, creando un lugar entrañable en Carabanchel. “Más que clientes hemos tenido amigos. Hemos llegado a celebrar el bautizo de una niña que, años más tarde, celebró el bautizo de su hijo”, recuerda.
Al final, tras tantos años sirviendo comidas, contaban con una clientela fija que, casi siempre, tenía que hacer cola para poder sentarse a degustar los platos que preparaba Tere. “Daba igual que vinieran desde Leganés o desde La Moraleja; que hubieran encargado menú especial (con asado de cordero o arroz con bogavante, por ejemplo) o que vinieran a comer el menú diario. Aquí no reservábamos mesa a nadie y había que hacer cola si estaba lleno”, explica. Esto suponía dar entre 60 y 70 menús diarios y más de 100 los sábados. “A veces, había más de 25 personas en la cola y servíamos platos hasta pasadas las 5 de la tarde”, rememora Tere.
La primera carta del Marrovi
De Tere y Andrés a Chema
Actualmente, el Marrovi sigue abierto e intenta mantener su esencia: comida casera y de calidad. “Hace cinco años, cuando Andrés y yo nos jubilamos, uno de nuestros clientes fijos decidió quedarse el bar y abrirlo con Jose”. Tere se refiere a Miguel, que entrenaba en el gimnasio de kárate de Antonio Torres, situado en la calle Pinzón. Este, a su vez, era amigo de Jose (Chema Rubio), y decidieron abrir el Marrovi en sociedad. “No hubo que cerrar ni anunciarlo en ningún sitio; Jose vino un mes a conocer a la clientela y aprender un poco el negocio y concretamos el traspaso”, explica Tere.
Chema Rubio, que hasta entonces había sido camionero, se puso entonces a los mandos del Marrovi. “Yo he vivido en este barrio más de 30 años, al igual que mi mujer”, relata. No cabe duda de que le ha tocado una mala época para seguir con el legado de Tere y Andrés. “No recuerdo una crisis tan dura como esta, ni la del 78’, que fue la peor que vivimos nosotros”, señala Tere en referencia a la famosa crisis del petróleo.
Mucha clientela se ha mantenido, también ha llegado otra nueva, pero para poder sobrellevar la complicada situación del COVID-19 que empezar a preparar menús que los clientes recogen en el bar para llevar casa. ¡Ah! El teléfono de los encargos es este: 914 65 69 97
Tere, Andrés y Chema durante la entrevista realizada en marzo de 2021
Los orígenes del Marrovi
Al poco de comenzar la distendida charla con Tere, me surge una primera pregunta: ¿Por qué Marrovi? ¿De dónde viene ese nombre? En los años 70’, eran muchos los negocios que adoptaban las siglas del nombre de su dueño para rotular su fachada. Sin embargo, Marrovi no encajaba con Tere ni con Andrés.
“Antes de trabajar aquí, Andrés y yo trabajamos en un bar Marrovi que había en General Ricardos”, me explica Tere. Andrés me confirma que estaba justo enfrente del nuevo parque, el de las Asociaciones, que levantaron hace unos años en la parte más elevada de esa calle. Actualmente, hay una frutería, pero hasta hace diez años había un bazar que todavía mantenía el nombre de Marrovi.
“El padre del dueño de aquel bar se llamaba Manuel Rodríguez Villasante”, me cuenta Tere. Y de sus siglas nació el Marrovi. Fue su antiguo jefe quien les ayudó a afrontar los gastos de la compra del nuevo Marrovi en Doctor Urquiola, 2. “Puso el restaurante a nuestro nombre y nosotros le preguntamos si podíamos ponerle también Marrovi. Aceptó sin dudarlo y durante años compartimos nombre”, explica Tere. Además, durante el primer año, les ayudó a hacer la compra, a cortar la carne y a arrancar con un negocio que se convertiría en todo un éxito en Carabanchel.
Tere Mayo, durante la entrevista (realizada en marzo de 2021)
Al principio abrían de lunes a domingo. Pero cuando su única hija Sara cumplió cinco o seis años decidieron empezar a cerrar domingos y vacaciones. “En esos años, dábamos comidas y cenas; estábamos en el Marrovi hasta la 1 de la madrugada. Luego empezaron a desaparecer las cenas y durante los últimos 20 años solo abrimos en horario de comidas”, señala Tere.
De hecho, Andrés me contó después que durante dos años abrieron solo para dar de cenar a Eloy, un trabajador del ayuntamiento que se dedicaba a regar las calles después de pasar por el Marrovi. “Las cenas funcionaron muy bien al principio porque el barrio estaba lleno de ‘patronas’, es decir, de pisos donde alquilaban una habitación, pero sin derecho a comedor ni cocina, por eso toda esa gente tenía que comer y cenar fuera”, relata Andrés.
Con el paso de los años, los cientos de clientes que pasaron por el Marrovi coincidían en una cosa: “Es como comer en casa de tu madre”. Es un comentario que se repite una y otra vez en las reseñas que tiene el bar en Google. De hecho, Andrés no sabía que su restaurante aparecía en Internet. “Yo nunca había publicado nada ahí, hasta que un día un cliente me dijo que aparecíamos y que teníamos comentarios muy buenos. Lo busqué y es verdad, ahí aparecía el bar, la dirección, el teléfono y los comentarios de nuestros clientes”, cuenta.
“Siempre hemos intentado que fuera un restaurante muy familiar, donde la gente se sintiera cómoda y a gusto. Quien lo conocía, repetía y me decía que tenía un ‘algo’ que lo hacía diferente al resto de sitios donde había estado”, interviene Tere con cierto orgullo.
Siempre fieles al local
A pesar del éxito, Tere y Andrés nunca pensaron en cambiarse a un local más grande. Al principio, vivían en Carabanchel Alto e iban y volvían diariamente. Después se mudaron a Fátima y posteriormente a la Oca, donde todo fue mucho más cómodo. “Trabajábamos los dos y un señor nos ayudaba a meter los platos al lavavajillas, pero nada más. Siempre hemos querido controlar la situación y cambiarnos a un restaurante más grande habría significado tener que contratar a gente y trabajar de una forma en la que no nos habríamos sentido a gusto”, cuenta Tere.
En esa época, el barrio era muy diferente. Es verdad que a veces podía resultar más conflictivo, sobre todo en los años de la droga, pero todo el mundo se conocía. “Por ejemplo, Cris del Bar Río, que lo abrió con Mariola cuando eran muy jóvenes, venía a comer casi todos los días aquí; y Mariola también, pues es vecina del bar”, afirma Tere. Iban, cómo no, los del gimnasio Antonio Torres, Paco y Jorge del Pocitos en su día de libranza (“aquí descubrieron el arroz con leche”, bromea Tere), los trabajadores del Banco Santander, del Popular, los de las ópticas que había en Laguna, el dueño de la alpargatería, los de las tiendas de ropa… En definitiva, mucha gente del barrio. “Y en 42 años jamás ha habido una discusión dentro del bar”, asegura Tere.
Era una gran familia que se hacía notar. “Una vez, por ejemplo, se me fue la luz en el bar y un cliente fue corriendo a su casa para traerme un frontal de minero y poder seguir así cocinando, pues solo funcionaba el gas”, recuerda entre risas la antigua cocinera.
Entre esos clientes hubo uno fijo: el actor y director carabanchelero Santiago Segura. “Vino con sus padres durante muchos años. Después de haber grabado Torrente, que ya no vivía en el barrio, pasaba por aquí de vez en cuando a saludarnos”, afirma Tere. Además, casualidades de la vida, su hija trabaja de product manager en Campofrío y coincidió con Santiago Segura en el rodaje de uno de los anuncios de Navidad. “Le hizo mucha ilusión saber que era hija nuestra”.
También fue el Marrovi lugar fijo en la agenda de Soledad, del dúo Las Virtudes. Y es que también es de Carabanchel y siguió visitando el restaurante cada vez que venía a ver a su madre e incluso después de que ella falleciera. “De hecho ha venido varias veces en los últimos años”, añade Chema, el actual propietario de esta emblemática casa de comidas.
Tere y Andrés recuerdan con cierta tristeza el día que se jubilaron. Tere reconoce que lo pasó mal cuando le dio las llaves a Chema. “Lo que más me costó fue la despedida de algunos clientes. Los del Antonio Torres nos hicieron un cuadro con una foto; los del Santander me mandaron un ramo de flores… Fue duro, pero seguimos muy vinculados al Marrovi. Venimos muchos sábados a comer y a saludar a los clientes; incluso en un momento en que Chema se quedó sin cocinero estuve echándole una mano hasta que contrató a Gustavo”.
Gustavo, actual cocinero del Marrovi
Los platos estrella del Marrovi
Durante toda su trayectoria, el Marrovi ha tenido platos estrella que han sido la perdición de su clientela: la fabada, los callos, las croquetas de pollo y jamón o gambas o el cachopo. También los postres, donde destacaba el arroz con leche.
Actualmente, la cocina está en manos de Gustavo, un cocinero brasileño que lleva más de una década trabajando en restaurantes de nuestro país. “A día de hoy, los platos que más triunfan son los mismos de antes”, añade Chema. El cachopo, el pote asturiano o la fabada siguen siendo de los más demandados, pero han llegado platos nuevos como el arroz meloso, el risotto o el fricandó de ternera que tienen mucho éxito. Y los postres, pues al famoso arroz con leche de Tere han sumado la tarta de la cocinera o la de zanahoria.
“Pero todo casero; no usamos comida precocinada ni congelada”, asegura Chema. “Puede haber comida precocinada que esté bien, pero no puedes llamarla casera. En países como Francia hay un sello de calidad que dan a los restaurantes que cocinan comida casera; podrían hacer algo así en España”, reclama. Además, en el Marrovi hay un plus: “Todo se ha cocinado siempre y se sigue cocinando ahora con aceite de oliva virgen extra”.
Esto es algo que se nota, añade Tere. “Por ejemplo, el director del Santander empezó a venir a comer aquí porque decía que nuestra comida le sentaba mejor que la de otros sitios. Me decía que era como comer en casa de su madre y es que nunca hemos usado ni conservantes ni aditivos ni comida enlatada. De hecho, mi hija se ha criado con la comida del Marrovi y también mis nietos, cada vez que venían a vernos o íbamos a visitarlos”, asegura.
Aun con todo, la situación no es fácil para el Marrovi como para ningún restaurante ni negocio en la actualidad, si bien la situación ha mejorado respecto a hacer un año. “La época no es la mejor, pero estamos mejor que hace un año”, asegura Chema. “Aun así, este es un sitio emblemático, tiene su encanto y cuando la gente lo conoce, siempre vuelve”, concluye Tere. Y el que suscribe estas líneas da buena fe de ello.
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