Decir adiós nunca es fácil. Pero esto no es un adiós, es un ‘gracias’. Un gracias de todo un barrio, el de Carabanchel, que ha sabido reconocer hasta el último momento el gran trabajo y esfuerzo de la familia Quirós, que durante seis décadas ha estado al frente de la librería que lleva por nombre el apellido familiar.
Y es que la vida de los hermanos Conchi y Julio Quirós ha transcurrido casi siempre en la calle Laguna; entre libros, carpetas, rotuladores y plumas estilográficas. Eloy, padre de ambos, montó la Librería Papelería Quirós en 1963. Conchi tenía 12 años; su hermana Ana era un poco mayor. Julio, el pequeño, tenía apenas 10. Ese mismo año, la familia había emigrado desde Las Navas del Marqués (Ávila) a Carabanchel, un barrio emergente, recién integrado en Madrid.
“Mi padre montó la librería para la familia. En ese tiempo, la calle Laguna era todo un referente comercial. Empezamos trabajando mi hermana mayor y yo. Con apenas 12 años, acompañé a los pintores que remataron el local”, relata Conchi. Su hermana Ana, que falleció el pasado año, dejó la librería cuando se casó y tuvo a sus hijos. Fue entonces cuando entró Julio a trabajar.
Ana y Conchi, junto a la hija de Ana, en Librería Quirós
En aquellos primeros años, la Quirós era mucho más que librería y papelería. “Era también mercería y juguetería”, recuerda Julio. “Y había algo de perfumería”, remarca Conchi. Lo que está claro es que había muy poquitos productos en los estantes; era otra época. “Aunque ya empezaban a levantarse edificios, todavía había mucho campo”, cuenta Julio. “Toda la zona de Carpetana era una laguna; un barrizal. Pero esta calle ya estaba empedrada”, rememora su hermana.
La clientela en esos años era muy selecta y familiar. “Venían los niños a por cosas y nos decían que luego nos lo pagaba su madre. Se fiaba mucho y no había ningún problema; eso es algo que ahora ya no se puede hacer”, explica Conchi. Las dos hermanas se desenvolvían en el negocio. A veces, su madre Hilaria iba a ayudarlas, mientras Julio, todavía muy pequeño, iba al colegio. Conchi también iba, pero después de cerrar la librería. “Iba a clases nocturnas al Nuestra Señora de los Ángeles”, también en Laguna.
Conchi en sus primeros años al frente de la librería
LA “MAFIA” DE LOS LIBROS DE TEXTO
Poco a poco, el negocio se fue reconvirtiendo hasta convertirse exclusivamente en papelería y librería. “Los otros productos ocupaban mucho espacio y no se vendían tanto”, explica Julio. Y el sector papelero funcionaba, y mucho. “En una semana vendíamos más cuadernos de los que ahora vendemos en todo un año”, asegura Conchi. Y todo ello sin olvidar el buen negocio de los libros de texto. Eso sí, solo al principio. “Antes de la entrada de la EGB (1970), había muchos colegios pequeños, en casas particulares. Los libreros íbamos a las editoriales, que estaban encantados de que vendiéramos sus libros en estos colegios. Entonces, un libro para Bachillerato costaba menos de 200 pesetas”, rememora Julio.
Pero con la entrada de la nueva ley surgió también la mafia de las editoriales. Nacen los nuevos colegios, mucho más grandes; “los libros empezaron a costar cerca de 1.000 pesetas y las editoriales negocian directamente con las AMPAs”, explica Julio. Se pegaban por entrar a un colegio y dejaron a los libreros en la estacada. “En verdad, hemos tenido lo que nos hemos merecido, porque se han hecho huelgas importantes y nos hemos conformado con muy poco”, añade.
Es más, este problema sigue todavía vigente. “¿Cómo puede ser que hace apenas un par de años me enterara de que las editoriales dejaban al AMPA del colegio Luis Feito los libros más baratos que a mí?”, se pregunta Conchi. “Ante eso, poco podemos hacer. Se pensaban que les estaba estafando”, cuenta apesadumbrada. “Las editoriales dejan los libros a las AMPAs más baratos para asegurarse la venta en todo el colegio”, reflexiona Julio.
UN SECTOR ATACADO
En su opinión, el sector del libro y el papelero siempre han sido algo maltratados. “Antes, ibas al supermercado y con la compra te regalaban material de papelería; después, llegaba el periódico de turno y te ofrecía una colección de libros cada domingo. Y cuando creció la venta del libro de bolsillo porque la gente leía en el Metro, decidieron poner bibliotecas dentro”, afirma. “Hemos sido atacados por todos lados; las librerías tienden a desaparecer. Bueno, todo el pequeño comercio en general”, asegura con resignación.
Por eso, Julio y Conchi Quirós no se plantean traspasar el negocio. “Hay gente que ha preguntado ya por el local, pero nosotros estamos liquidando todo el material de librería y papelería porque no queremos engañar a nadie”, se sincera Julio. “De esto no se puede vivir si tienes que pagar un alquiler y sacar un par de sueldos; no se consigue”, cuenta. Y es que cada vez se lee menos en papel, todo está digitalizado y, para más inri, las compras por Internet se han multiplicado con la pandemia. De hecho, Julio aconseja a las pocas librerías que quedan en Carabanchel que no duden en poner fotocopiadora y encuadernar. “Esos pequeños trabajos manuales son los que van a pervivir”, cavila.
EL ESPLENDOR DE LAGUNA
Otro aspecto que Julio y Conchi quieren reseñar es el cambio que ha sufrido la calle. Es cierto que sigue siendo una calle dedicada al comercio, pero no como lo fue hace unas décadas. “Venía mucha gente a comprar de Aluche, Madrid, Leganés… Los fines de semana, la calle se ponía de bote en bote y se vendía mucho. En la misma calle había droguerías, perfumerías, tiendas de ropa de calidad, de calzado, de cafés y la galería de alimentación”, señala.
Actualmente, solo existe un comercio que lleve más años que esta librería. Es la Farmacia Laguna, situada en el número 48 de la calle. La abrió Avelina Herranz en 1958 en una casita baja. Después, la tiraron abajo, levantaron el actual edificio de tres plantas y les dieron un local. Aun así, Avelina ya se jubiló; ahora la atienden sus herederas. Sin embargo, la Quirós echa el cierre con sus dueños originales al frente. Todo un hito.
Según rememora Julio, el mejor momento para la venta era Navidad. “Montamos una asociación de comerciantes que presidí durante diez años”, cuenta. Fue entonces cuando empezaron a poner luces navideñas y hasta un arco luminoso que daba acceso a la calle. “Salimos en Telemadrid varios años, teníamos hasta una revista propia…”, añade. “Se ponían alfombras rojas en la calle, arbolitos… Ni Madrid estaba tan bonito”, concluye Conchi.
Pero la asociación cesó su actividad, la calle cambió su idiosincrasia, llegaron las tiendas de ropa de peor calidad, las fruterías y con ello un cambio también en la clientela. Aun así, también llegó la peatonalización, algo que Julio valora de forma positiva. “Quienes venían en coche pueden aparcarlo en la calle de al lado. Lo que está claro es que hay mucha más gente paseando. Es verdad que no compran mucho, pero es que llevamos unos años muy complicados”, afirma en referencia a la pandemia.
De todas formas, también considera que ha cambiado la mentalidad hacia el pequeño comercio. “La gente se va a comprar material de papelería a un bazar porque considera que es más barato y no es verdad. Pero la gente compra allí porque así se lo han hecho creer, como quienes van al centro comercial para ahorrar sin pararse a mirar cuánto cuesta en la tienda del barrio”, reflexiona Julio. Sin duda, habría que erradicar esa mentalidad de que el pequeño comercio es más caro. Porque no lo es. Y además, aporta una cercanía y un trato que ya cuesta encontrar.
LIQUIDACIÓN DE LIBROS Y MATERIAL DE PAPELERÍA
Desde hace casi tres meses, la Librería Papelería Quirós está de liquidación. Han puesto todos sus productos en remate total por jubilación. Esto permite comprar libros a un euro y material de papelería a precio de risa. También plumas estilográficas a un precio muy, muy competitivo. Y es que este producto ha sido uno de los referentes de la Quirós. “Se han comprado muchas plumas para regalo. Ahora he bajado muchísimo los precios, pero tengo incluso alguna Montblanc disponible”. Está a 500 euros, pero Julio asegura que su precio de mercado supera los 800. Aun así, si no las vende antes del sábado, lo tiene claro: “Las pondré en Internet y me las quitarán de las manos”.
Esta semana pretenden echar el cierre, aunque a Conchi le cueste creerlo. “Yo voy a echar mucho de menos mi tienda, tengo una cosa en el estómago…”, me confiesa. Julio es más frío. “Yo creo que hemos cubierto el ciclo; estoy mentalizado ya. Me iré a vivir a Rivas, porque mi nieto vive allí”, cuenta. Sin embargo, Conchi se quedará en el barrio, en el piso que tiene la familia en el mismo edificio donde está la librería. Por eso, quiere seguir vinculada a Carabanchel y hacer todo lo que no ha podido hacer por haber estado al frente de este negocio durante seis décadas. “Me voy a sentir rara, yo solo me quedaba en casa cuando estaba enferma. Espero no relacionarlo así ahora”, añade emocionada.
Pero Conchi, que este domingo cumple 72 años, no se va a jubilar con mal sabor de boca. Hace unos días, un chico fue pidiendo recambios para una pluma. “Apenas tenía 16 o 17 años, pero parecía muy majo y educado. Le dije que trajera la pluma para ver el recambio exacto”. Al rato volvió, y Conchi le dio los recambios oportunos. “Cuando ya se iba, se giró y me preguntó si me gustaba mi trabajo”, me cuenta. “¿Cómo no me va a gustar si llevo 60 años aquí?”, le contestó.
Al día siguiente, la madre del chico fue a la Quirós y preguntó a Conchi si había atendido a su hijo el día anterior. Ante la respuesta afirmativa, añadió: “Mi hijo llegó a casa encantado, diciendo que ya no quedaban comercios con gente tan buena y amable, que casi nadie te ayuda ya así en las tiendas. Solo quería venir para conocerla y agradecérselo en persona”.
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