- La activista keniata Asha Ismail ha sido galardonada con el Premio Nicolás Salmerón de Derechos Humanos 2020 en la categoría de Igualdad. Asha ha pasado por el distrito de Carabanchel para contar su historia al atento público que se ha reunido en la Asociación La Banda, en el barrio de San Isidro.
Asha tenía unos cinco años cuando le mutilaron los genitales. Ni siquiera está segura de si eran cinco, seis o siete años porque en Garissa, el lugar de Kenia del que procede, no se hacía, por entonces, registro de los nacimientos. Pero era una niña pequeña (aunque no lo suficiente como para olvidar recuerdos), eso sí, cuando llegó el día de lo que llamaron su “purificación”. Ella misma fue hasta la tienda a comprar las cuchillas con las que más tarde le cortarían, primero, para coserla, después. Un episodio de violencia que no sería más que el primero de tantos: más tarde vendrían las infecciones, los dolores físicos, los recuerdos traumáticos de aquel día y el matrimonio forzado con un señor que la compró por una buena cantidad de dinero; ella era valiosa porque sabía leer y escribir y, además, era virgen. En la noche de bodas, Asha entendió aquellas historias que había escuchado sobre niñas que se rociaban con gasolina y se prendían fuego a sí mismas, a las que llamaban “las niñas locas”.
El dolor de Asha, el trauma de ser mutilada siendo una niña -y todas las consecuencias posteriores- es el mismo que el de muchas mujeres de diferentes países de todo el mundo. Y lejos de haberla convertido en sólo una víctima, aquel duro episodio sirvió para que Asha se convirtiera en una importante activista por los derechos humanos y, más concretamente, por la erradicación de prácticas violentas y de abuso y control sobre las niñas y mujeres. “Me quedé embarazada y cuando llegué al parto, que fue horrible, mi deseo era que naciera un niño porque los niños no tenían ningún problema, el mundo estaba hecho para ellos. Pero me dicen: “Felicidades, es una niña.” Y ahí es cuando definitivamente tomo una decisión: si yo podía cambiar algo de la vida de esa niña lo iba a hacer. Mi lucha, mi activismo ha sido algo pasional, por esa criatura; decidí que ella no iba a pasar por lo mismo que yo. Cómo lo iba a hacer o con quién me iba a enfrentar, no lo sabía.”, recuerda Asha.
Su lucha empezó en sus círculos cercanos: sus hermanas, sus vecinas, sus amigas. Mujeres que habían sido madres o que lo iban a ser y con las que Asha ponía el ejemplo de su hija, a quien no habían mutilado, para demostrar que no hacía falta agredir a una niña para que tuviese una vida plena y valiosa, para ser una niña normal. “Mis amigas me decían que estaba obsesionada, que no hablaba de otra cosa pero, claro, yo no veía otra conversación posible. ¿Por qué la gente no hablaba de esto? ¿Por qué nadie me había informado?”. Esa necesidad de contar, de sacar a la luz las horribles prácticas violentas sobre las mujeres lleva a Asha a fundar, en 2007, la asociación Save a girl. Save a generation, un proyecto que trabaja por la erradicación de la mutilación genital femenina, los matrimonios forzados y otros tipos de explotación infantil y que se afana en educar y concienciar sobre estos asuntos alrededor del mundo.
La OMS estima que entre cien y ciento cuarenta millones de niñas y mujeres de todo el mundo han sido sometidas a uno de los tres primeros tipos de mutilación genital femenina. Según datos de UNICEF, se calcula que la mutilación genital femenina se concentra en treinta países de África y Oriente Medio (de los que se dispone de datos), además de Indonesia. Aunque también persiste en países asiáticos como India, Iraq o Pakistán, algunas comunidades indígenas en Latinoamérica y en poblaciones migrantes de Europa, América y Oceanía.
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