La vulnerabilidad (la fragilidad) y la dependencia (pérdida de independencia) son dos términos propios del ser humano y, como consecuencia, la necesidad de cuidado también lo es. Cuidar, en el sentido más amplio de la palabra, engloba todas las actividades dirigidas a proporcionar bienestar físico, psíquico y emocional a las personas. Hay periodos vitales como la vejez, la niñez y los procesos de enfermedad en los que estos cuidados se hacen más demandantes, más arduos.
Pero siendo tan importantes, tan necesarios… ¿son visibles en toda su dimensión? ¿Sabemos qué implica cuidar? ¿Reconocemos a quien nos cuida? El cuidado de la salud se desarrolla en tres niveles: doméstico-familiar, en los ámbitos profesionales sanitarios y desde las instituciones (políticas, campañas, presupuestos…). Sin embargo, estos cuidados que tanto necesitamos están invisibilizados. Esto se debe a tres causas principales:
— Se llevan a cabo mayoritariamente en el marco familiar, dentro de los hogares.
— Hay dificultad para reconocerlos como trabajo remunerado.
— Se consideran erróneamente como un deber moral. Son tareas otorgadas en su mayoría a las mujeres debido a la creencia de que poseen “cualidades innatas y naturales” para cuidar.
Numerosos estudios cuantitativos españoles afirman que los miembros de la familia son la principal fuente de cuidado a personas dependientes, siendo las mujeres las principales proveedoras de esta asistencia. La prestación de servicios de salud aportados por la familia es infinitamente mayor que la aportada por el conjunto de espacios sanitarios profesionalizados.
¿Cuáles son los factores más negativos y cómo los abordamos?
El trabajo de cuidados tiene algunas dimensiones positivas para la persona que cuida, pero el impacto que produce es mayormente negativo.
La sobrecarga de trabajo y el tiempo que se dedica al cuidado afecta de manera directa en la salud, siendo las enfermedades mentales las de mayor prevalencia: ansiedad, depresión, irritabilidad, nerviosismo, tristeza.
Los estudios más recientes muestran una tendencia actual a una división del trabajo de cuidados más igualitaria en cuanto a número de tareas entre hombres y mujeres. Sin embargo, estos mismos muestran que las tareas en las que se implica el sexo masculino suelen estar relacionadas con actividades que suponen salir al exterior (a la calle) y socializar (llevar a los niños al colegio, hacer la compra, acompañar a la consulta del médico...), actividades que no tienen tanto impacto negativo, sino que por el contrario son incluso beneficiosas para la salud, ya que implican cambiar de espacios y relacionarse con más personas.
Por el contrario, las actividades más solitarias, más físicas, como la limpieza de la casa, las tareas de orden y lavado de las personas dependientes, siguen teniendo una tendencia femenina, convirtiéndose en factores de riesgo para patologías físicas como la fibromialgia, lumbalgia, problemas osteoarticulares y también patologías mentales, como la soledad no deseada, depresión y ansiedad.
Para vencer los efectos negativos del trabajo de cuidados debemos desestigmatizar las patologías mentales y empezar a reconocer los síntomas que producen el cansancio y/o la ansiedad. Cuando se asume el cuidado de una persona, también se debería planificar el descanso y el relevo de ésta.
Se debe optar por la implicación de más miembros de la familia y de nuestro entorno cuando sea posible. Así mismo hay que romper con el estigma social que históricamente otorga a la mujer unas cualidades casi mágicas por las que es la principal figura cuidadora de las unidades familiares y asegurarnos de que existe una verdadera repartición de tareas.
Desde los centros de salud se debe reconocer a estas personas cuidadoras formales e informales (trabajo de casa no remunerado) para proporcionarles la asistencia que necesitan. Existen signos de alarma establecidos que se pueden reconocer en las consultas sanitarias, como cansancio, insomnio, aislamiento. Así mismo existen protocolos que recomiendan el seguimiento más continuo de estas personas y la proporción de ayuda psicológica y/o psiquiátrica si fuera necesaria.
Podríamos decir que el ser humano necesita ser cuidado, pero cuando cuidamos también necesitamos ser cuidados. La sobrecarga de trabajo, así como el exceso de tiempo empleado en el proceso, operan negativamente sobre la salud de estas personas, en especial de las mujeres. Por ello, proporcionar unos correctos cuidados y evitar los factores de riesgo asociados a cuidar pasa por entender “los cuidados” en toda su dimensión y con toda su problemática, viéndolos como una red compleja de relaciones que influye en toda esta etapa de vida. Cuidar a la persona que cuida mejora el cuidado en general.
¿Cómo prevenir el síndrome del cuidador?
El “síndrome del cuidador” es un trastorno que experimenta la persona que está a cargo de otra debido a un agotamiento físico y mental que le incapacita para seguir ejerciendo su labor. ¿Cómo prevenirlo?:
- Acéptate cómo eres. No trates de ser el cuidador perfecto y no te compares con otros. Siéntete a gusto contigo mismo.
- Identifica tus fortalezas. Reconoce tus virtudes, ya que todos tenemos capacidades diferentes.
- Prémiate. Busca algo con lo que consentirte (un regalo, una comida, una ida al cine, etc.). ¡Porque tú lo vales!
- Practica técnicas de relajación. Así podrás enfrentarte con mejor disposición a los desafíos del día a día.
- Piensa en positivo. Si solo ves los aspectos negativos, te será más difícil afrontar el cuidado de tu familiar.
- Cuida tu alimentación. Comer bien es un placer de la vida y además es una excelente forma de prevenir enfermedades.
- Cuida tu salud. El cuerpo es sabio y muchas veces nos envía alertas, las cuales no debemos ignorar.
- Desconéctate. Es muy importante que te des tiempo para realizar actividades de ocio y distracción.
- Descansa. Tu cuerpo no es una máquina; procura descansar lo suficiente para no hacerlo colapsar.
- No te aísles. Busca la compañía de aquellas personas con las que te sientas bien.