Un lustro ha pasado desde que las concesionarias de gestión de residuos convencieran al Ayuntamiento de que los contenedores de mayor volumen, con recogida automatizada, eran la mejor solución, logística y económica.
La primera ¿sorpresa? llegó al comprobar que nuestras calles no se parecen a la avenida que llenaron de depósitos en formación como ejemplo de la operatividad del nuevo sistema. La mayoría, con un único sentido de circulación, presentan tramos quebrados y curvos que afectan a la operación de recogida. Sumemos a esto el problema del aparcamiento informal de los residentes.
Los contenedores anteriores se disponían a ambos lados de la calle, buscando los escasos espacios no lesivos para los residentes. En algunas vías todos los contenedores estaban a la izquierda. Y con el cambio al nuevo sistema, la obligación de vaciado por la derecha obligaba a que se colocasen en nuevas posiciones inadecuadas, afectando a viviendas y comercios.
Así, durante meses jugaron a un perverso “Tetris” sin resolver multitud de desencajes. Al final, debieron rendirse y mantener la recogida anterior en varias zonas, llegando a casos como el de la calle Gómez de Arteche, donde se han resignado a la “doble recogida”, con contenedores anteriores y nuevos.
Por otra parte, las aceras miden entre 90 y 120 centímetros de ancho y los edificios tienen balcones sobre la calle, a poco más de 3 metros de altura, y en las fachadas se alternan viviendas a pie de calle con locales y portales. Como resultado de la nueva implantación, las puertas y ventanas quedan a cinco palmos de los nuevos contenedores.
A la falta de una mayor frecuencia de limpieza se une el mal olor. Han desaparecido las lengüetas de goma que simulaban cerrar los agujeros en las tapas. A su vez, éstas quedan deformadas, semiabiertas, al poco tiempo de su uso. Tampoco la protección frente al desvalijamiento que argumentaron: simplemente no funciona.
Pero si algo ha terminado constituyendo un desatino anunciado es la “facilidad de uso”, con la palanca de pie o pisón. Inmediatamente se constató que era una solución inadecuada para una vecindad con una alta proporción de personas mayores. El esfuerzo requerido para levantar la pesada tapa con el pisón, unido a que los contenedores están separados de las aceras, genera una perversa combinación “foso - puente levadizo” nada funcional.
Con este problema, la presumida accesibilidad no se cumple. Se intentaron diversas soluciones, pero en la mayoría de los casos no ha funcionado. Para muestra, la calle Antonia Rodríguez Sacristán.
En conclusión, la canción dice: “árbol que nace doblao, jamás su tronco endereza”, y cinco veranos después el sistema “mixto” de recogida de residuos podría estar entre lo inaceptable y lo ilegal.
Las verdaderas soluciones, las que dependen del Ayuntamiento, implican modificaciones de las aceras, el tráfico, etc. Y esto es mucho, mucho más caro. De nuevo la optimización de los costes por encima de las necesidades de la población, y ya a cinco años de “el contenerazo”.
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