Hoy, la conservación de la casa del poeta Vicente Aleixandre se considera una prioridad. Ayer, convertir la casa fotografiada por Robert Capa en un museo de la Guerra Civil parecía una realidad. Hace un año, la puerta de la Sagra de la muralla musulmana de Madrid fue dignificada al pasar a formar parte de la Galería de las Colecciones Reales, y se dijo de ella que era “una de las puertas de alcazaba erigida en el siglo IX y que se considera el origen de la ciudad”.
Flaco favor le hacemos a la historia si consideramos que Madrid surgió por generación espontánea, como en el caso de Brasilia, en Brasil. La historia de la capital está ligada al territorio que la rodeaba. Vive en él, depende de él. Antes de que Matrice/Matrich/Mayrit/Maydrit/Madrit fueran siquiera susurros, la vida en comunidades de todas las épocas ya se superponían, una sobre la otra, a su alrededor. La historia de Madrid estaba en los asentamientos prehistóricos, carpetanos, romanos, visigodos, musulmanes, cristianos que llenaron de huellas la zona.
Es esta persistencia en poblar este lugar lo que sentaría las bases de lo que hoy somos. Y de todos esos lugares uno de ellos, un sitio específico, ha sobrevivido por pura casualidad y mantiene la herencia de todas las civilizaciones. Es el yacimiento que se sabe enterrado bajo la propia ermita y los terrenos que la circundan. Desde el campanario de Santa María la Antigua hasta los restos neolíticos en las obras del Metro Eugenia de Montijo, es conocimiento, puro y concentrado, de la tradición cotidiana de Madrid y de todo su territorio desde hace miles de años.
Quizás por ignorancia, quizás por interés, el empeño político parece estar en defender la existencia de la ciudad desde hace cinco siglos solamente. Me corrijo, no por ignorancia. Hace cerca de 200 años que periódicamente van sabiendo de la importancia patrimonial de esa zona. Lo conocen, al menos, desde los descubrimientos de la villa romana, en tiempos de Eugenia de Montijo. Lo recordaban cada vez que desenterraban “baratijas” en el cementerio al abrir una nueva tumba. Lo saben desde las obras de la carretera a través del Parque Eugenia de Montijo y están al corriente gracias a las obras de rehabilitación de la ermita.
La ciudad, sus políticas, han aceptado a regañadientes reconocer y proteger una vía de agua romana, encontrada donde ya era de sobra conocida la existencia de estructuras de aprovechamiento hídrico de la misma época. Pero de ahí a dignificar y promover la difusión del yacimiento arqueológico más completo de la historia falta mucho, falta todo. Tan solo la propuesta de unos jardines con paneles informativos sobre los restos indicados podría parecerles suficiente.
En conclusión, es de sentido común y de deuda histórica la creación de un Centro de Interpretación de la Historia de Madrid en Carabanchel, precisamente donde todas estas huellas de la historia perviven. Pero esto parece tarea imposible, porque en el sur todos sabemos que Madrid llega a la M-30 y el resto es territorio conquistado.
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