Carabanchel y sus espacios de represión

InteriorCarabanchel y sus espacios de represión
Colectivos convocan una marcha el próximo 26 de octubre para pedir la creación de un centro por la memoria de los presos de la cárcel, cuyo hospital es hoy un CIE
A.V. CARABANCHEL ALTO
En el inicio de 1940, y hasta la primavera de 1944, una columna de centenares de hombres recorrían las calles de un devastado Carabanchel con condenas arbitrarias de reclusión, represaliados y vigilados por los vencedores de una guerra que ellos mismos habían provocado. Era su venganza en forma de escarmiento.
El escaso kilómetro de camino que separaba su lugar de confinamiento les llevaba a diario hasta los terrenos donde iban a construir con sus propias manos su siguiente destino para purgar sus penas impuestas: la Cárcel Provincial de Carabanchel, que llegaría a ser la de mayores dimensiones de todo un Estado represivo y la más reconocida en el inconsciente nacional.
La estampa dantesca de vidas que arrastraban su humillación, de centenares de miles de familias rotas, se fundamentaba en la acusación de haber sido leal y apoyar las aspiraciones de un Gobierno democrático. El premio por posicionarse conllevó al final de la contienda las detenciones masivas, en torno a los 80.000 ciudadanos solo en Madrid. Ante la falta de presidios, estos hombres y mujeres fueron estabulados como ganado en lugares como cines, plazas de toros, campos deportivos, almacenes, escuelas, seminarios, reformatorios… en condiciones de malnutrición, maltrato y con ejecuciones masivas por fusilamientos no cuantificados en juicios amañados, con documentación inexistente o desaparecida, que a día de hoy no nos permite conocer la mayoría de esos nombres a los que arrebataron sus vidas, sus sueños y años de existencia libre. Parece como si hubiera sido un sacrificio inútil, no reconocido por el resto de la sociedad actual. La pregunta es si estamos en deuda con ellos.
El Reformatorio de Santa Rita, situado en Carabanchel Alto, fue unos de estos lugares de represión “olvidados” en la memoria democrática pasada y actual. Este siniestro complejo de edificios con altos muros aún destila una sensación de tristeza; ni siquiera una placa hace reconocimiento a los miles de recluidos que de sus puertas salieron por centenares hacia la muerte en las vallas de cementerios cercanos o alejados. Casi siempre, conviene repetir, sin tener una memoria de sus nombres. Es como si no hubieran existido nunca… Tampoco mención alguna a los que fueron utilizados en el trabajo en régimen de seudoesclavitud, durante los cuatro años que duró la construcción de la misma cárcel de Carabanchel.
Originariamente, el reformatorio había sido dimensionado para albergar y reeducar a un centenar de hijos díscolos de la burguesía adinerada y de frailes que lo gestionaban. El hacinamiento se llegó a disparar a extremos estremecedores al ver que se multiplicó por 30 con el cambio de su uso como prisión y campo de concentración: hasta 3.000 seres, en su desesperación, pululaban entre sus paredes, según nos menciona en sus memorias el periodista y reo de muerte Eduardo de Guzmán, narradas en su imprescindible libro Nosotros los asesinos (Ed. El Garaje), en el que cada noche durante dos largos años tragaba la angustiosa espera de su ejecución y la de sus compañeros.
El complejo de la cárcel de Carabanchel tardó 15 años en ser finalizado, y aunque fue un proyecto inacabado, su utilización se prolongó hasta su clausura en octubre de 1999. Durante esos 55 años de existencia, decenas de miles de ciudadanos más pagaron con sus huesos la lucha por un mundo mejor como activistas de una libertad secuestrada, y a base de represión y violencia medraron en la conciencia de un régimen hoy no desmontado del todo. Aquellas siguientes oleadas de supervivientes que sufrieron y padecieron penas de privación, persecución e incluso sobre los que no se llegó a cerrar el grifo de la pena de muerte hasta los últimos fusilamientos de 1975. Esos miles de ex-presos que aún pueden dar testimonio y han clamado, junto a asociaciones diversas, por la conservación del complejo carcelario antes de producirse el derribo vergonzante, del que se cumple este mes de octubre seis años. La reconversión de uno de los máximos símbolos de la represión de un periodo de la Historia reciente era una obligación social en cuanto al reconocimiento y reparación de unos hechos incuestionables que no deben ser ocultados a la sociedad actual o venidera.
Mani 20141026 avvLa fascinante arquitectura destruida de la cárcel de Carabanchel, única en su género, empapada de sus miles de historias personales y sociales, era un patrimonio colectivo muy valioso que no debió de perderse jamás. La creación de un Centro por la Paz y la Memoria fue una propuesta firme y desatendida ante los inconfesables intereses especulativos que pretendían llenar algunos bolsillos al calor de la burbuja causante del drama económico y social que en este momento padecemos. A la vez que se eliminaba el objeto, se pretendía borrar la huella violenta cumbre de la represión de ese régimen. Toda una oportunidad perdida, pero no debería ser una renuncia para que, de las cenizas trituradas de esos terrenos, se reconozca y emerja lo que en justicia corresponde a tantos sacrificios humanos y a tanto dolor impunemente producido.
Pero el paisaje de los lugares de la represión no terminó aquí… La piqueta respetó el edificio del viejo hospital penitenciario de Carabanchel, y éste sí que se reconvirtió a un nuevo uso en el que se maquilló convenientemente su entorno para disimularlo, con alegres tonos pastel, enmascarando sus rejas carceleras y sibilinamente modificando hasta el nombre por el de “Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche”, por aquello de borrar la huella que lo relacione con el pasado aquí mencionado.
Suma y sigue, de nuevo hacinamiento y represión. Y se repite el horror humano de la reclusión injustificada, esta vez con los inmigrantes, mañana ya veremos… Se reproduce 75 años después de que aquellas columnas de penados republicanos se dejaran la piel en este mismo terreno. No hay memoria para los desmemoriados, tal y como contaba Miguel Gila, que fue uno más de aquellos mismos presos que construyeron con sus manos la cárcel de Carabanchel, hoy camino del olvido, del que ni siquiera hay un libro que cuente cómo fue.
El próximo día 26 de octubre, a las 12:00, diversos colectivos ciudadanos harán este recorrido desde el Reformatorio de Sta. Rita hasta el Jardín de la Memoria situado en un rincón de los terrenos que ocupó la cárcel hace seis años y donde es bien visible el edificio represivo del CIE, denunciando la represión de ayer y de hoy, reivindicando la creación de un centro por la memoria que ofrezca el testimonio de lo ocurrido en estos terrenos y tributando un homenaje a los presos del franquismo que sufrieron allí la venganza de los vencedores.


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