Las ciudades están llenas de lugares sin identidad, que la evolución urbana arrincona, negándoles el uso y la memoria. El olvido llega hasta el punto que su nombre, si todavía lo tienen, no tiene sentido ni recuerdo.
Solo su identificación como calle, callejón, plaza, parque, etc., da pistas sobre utilidad pasada. La plaza de Barragán en Carabanchel Alto es uno de esos no-lugares*.
Precisamente por haber perdido significado, terminó perdiendo su esencia. Dejó de ser plaza para convertirse en un solar, en una tierra de nadie. Traspapelada su función urbana, el asfaltado de la calle le robó parte de su superficie y la vecindad dejó de prestarle atención, pasando a ser colonizada como aparcamiento de proximidad. Sin embargo, su presencia ha pervivido en el papel, y así puede encontrarse en planos urbanos desde 1900 y en el Plan General de Ordenación Urbana 1997, aún vigente. La realidad como aparcamiento “no reglado” convivía con la calificación urbanística como “verde básico”, aunque el verde solo estuviera presente en forma de plantas silvestres y un árbol solitario, cuyo mayor valor estaba en su nacimiento y crecimiento sin ayuda.
Afortunadamente, este retazo de historia perdida y jardín-aparcamiento mal parido entró dentro del Plan de Regeneración del casco antiguo de Carabanchel Alto. Junto a las reformadas plazas del Parterre y de la Emperatriz, las nuevas plazoletas de Santa Teresa Jornet y de la Frambuesa y la nueva y anónima plaza “Aguacate”, la de Barragán ha recuperado su funcionalidad como plaza.
Ya no es una “tierra de nadie” y tampoco un aparcamiento dormitorio. Ahora tiene jardines y espacios estanciales. La única huella que conserva de su pasado es el maltrecho árbol autosuficiente. Como los otros espacios nombrados, tiene flores, plantas, bancos de madera… en definitiva, una plaza, un espacio para estar, para relacionarse, rodeado de un escaso pero prometedor entorno biofílico. Pero, inexplicablemente, hay algo que la diferencia del resto: no tiene iluminación.
Cuando un vecino me puso al tanto de este hecho, me pareció tan evidente la necesidad, que lo atribuí, y argumenté, con el hecho de que la obra estaba en marcha y la iluminación exterior quedaba pendiente. Pero las luminarias no han llegado ni se las espera, mientras la plaza supedita su uso diurno a las familias y el nocturno a las pandillas y parejas. Esto no puede ser debido a un descuido: nadie se olvida de las farolas, a menos que exista un argumento de peso que evite la obligatoria y necesaria iluminación de exteriores establecida en las normas.
En conclusión, solo cabe suponer que nos encontramos ante otro síntoma de “inauguritis política crónica”, y sobre esto ya hemos dicho demasiado. Así, la plaza de Barragán vuelve del purgatorio, renaciendo a medias, en espera de que no pasen otros 120 años para que la rematen. Mientras tanto, no lo duden y acudan a disfrutar de una plaza con calendario de uso solar.
* Los “no lugares”: espacios del anonimato. Una antropología de la Sobremodernidad. Marc Augé.
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