“En Carabanchel Bajo nació la célebre actriz María Ignacia Ibáñez, que fue bautizada el 31 de julio de 1745”. Así lo asegura Juan Ortega Rubio, historiador español que en 1921 publicó “Historia de Madrid y de los pueblos de su provincia”.
Pocos más datos nos da Ortega Rubio sobre esta actriz (de la que no hay ninguna imagen) y de su vida en Carabanchel. Nos dice que era hija del cómico y sainetista Bartolomé Ibáñez, natural de Gandía, y de Tomasa Fernández, de Segovia. Parece ser que estaba asimismo emparentada con el escritor teatral José Ibáñez y Gassia, a quien Ortega Rubio confunde con su padre.
Según cuenta el historiador, “el poeta José de Cadalso se enamoró locamente de la hermosa Ibáñez”, a quien conoció en 1769. Sin embargo, poco pudieron disfrutar de este amor, porque María Ignacia murió a causa de unas fiebres el 22 de abril de 1771, dejando al poeta sumido en la pena y la tristeza. Poco antes de su muerte, José de Cadalso la empezó a llamar Filis en sus poesías y para ella escribió la tragedia “Don Sancho García”, estrenada en el teatro de la Cruz, donde trabajaba María Ignacia, el 21 de enero de 1771.
Por último, añade Ortega Rubio, en casa de esta carabanchelera, situada en la calle de Santa María (en el barrio de Anton Martín), se reunían Leandro Fernández Moratín y otros famosos poetas de la época para celebrar apasionantes tertulias.
Pero, ¿quién fue María Ignacia Ibáñez?
Cabe destacar que las diferentes fuentes recogidas sobre la vida de esta importante actriz no se ponen del todo de acuerdo sobre dónde nació. Algunas dicen que fue en Cádiz, lugar donde estaba su padre trabajando como actor; otras señalan, como ya hemos afirmado que fue en Carabanchel de Abajo, mientras que hay algunas que sitúan su nacimiento en Fuentes Claras (Teruel), lugar de origen del padre de María y donde la familia tenía una casa. Y es que, todo parece indicar, que María Ignacia nació en plena gira de su padre.
El caso es que aunque María Ignacia y su familia tuvieron cierta relación con Carabanchel de Abajo, pronto se trasladaron a Cádiz, lugar donde su padre trabaja de forma asidua y ciudad en la que ella se inició en el mundo del teatro. María Ignacia debutó en los teatros de Cádiz siendo muy niña y su fama fue casi instantánea.
De triunfar en Cádiz, al Teatro de la Cruz
Por este motivo, la Junta de Teatros la contrató como sobresaliente (actriz suplente) para el teatro de la Cruz, un antiguo corral de comedias de Madrid inaugurado en 1584 y uno de los más populares de la ciudad junto al de La Pacheca y al nuevo corral del Príncipe. Este corral de comedias estaba situado en la calle de La Cruz (y allí hay un placa que lo rememora), muy cerca de la plazuela del Ángel. Tras varios siglos de éxito, el Teatro de la Cruz fue derribado en 1859 porque su estilo arquitectónico constituía “un oprobio del arte”.
A pesar de su corta vida, (María Ignacia murió con 25 años) fue una persona muy destacada en el mundo del teatro. Tanto es así que en 1768, y con apenas 17 años, se convirtió en la primera actriz del teatro de la Cruz, sustituyendo a María Ladvenant.
Al año siguiente ya era primera dama en la compañía de Juan Ponte y luego, en la de Manuel Martínez. Apodada La Divina, documentos de la época la describen como “la actriz de mérito más sobresaliente que había entonces en España”.
Una vida paralela a la de José Cadalso
Por esos años, el militar y literato gaditano José Cadalso (Cádiz, 1741 San Roque, 1782), ya había estudiado en Francia e Inglaterra; visitado Italia y Alemania y viajado a Flandes. Toda esa experiencia vital chocó a su vuelta con la “rancia y atrasada” sociedad española, tal y como reflejó en su obra más conocida, Cartas marruecas.
En 1762, tras la muerte de su padre, Cadalso se alistó en el regimiento de Caballería Borbón, participando en la campaña de Portugal. Tras su vuelta a Madrid, se enamoró de la hija del consejero Felipe de Codallos y a punto estuvo de casarse. Pero parece que el escritor no estaba por la labor de aceptar los cánones estipulados para una persona de su clase y decidió parodiar y satirizar las costumbres amorosas atípicas de la sociedad dieciochesca en un polémico libelo.
Nunca se pudo demostrar la autoría de este impreso, pero sí es cierto que el público madrileño se lo atribuyó sin dudarlo. Como consecuencia, Cadalso fue desterrado de Madrid a Zaragoza, donde permaneció hasta 1770. Fue allí donde empezó a dedicarse con mayor intensidad a la poesía.
La relación con María Ignacia Ibáñez
A su vuelta a la capital, Cadalso conoció a María Ignacia Ibáñez, que ya era una actriz de renombre, y vivieron una apasionada relación. En ese momento, Cadalso no pasaba por su mejor momento, después de vivir un destierro, al contrario que la actriz, que representaba el papel principal del drama Hormesinda, escrito por Nicolás Fernández Moratín, padre de Leandro. “Tuvo la extravagancia de enamorarse de mí, cuando yo me hallaba desnudo, pobre y desgraciado”, escribirá Cadalso después.
Más allá de su éxito y belleza, la carabanchelera poseía una muy buena formación académica. De hecho, Cadalso la consideraba “la mujer de mayor talento que yo he conocido”, afirmación que va más allá del enamoramiento que profesaba.
La periodista Mery Varona, en su magnífico blog “Vidas de mujer”, señala incluso que la actriz intervino en la redacción de algún texto de Los eruditos a la violeta, la obra que proporcionó a Cadalso mayor fama y éxito antes de sus Cartas Marruecas o Noches lúgubres. Publicada en 1772, es una sátira contra la educación superficial de la época.
Además, la actriz Filis en los poemas del escritor- representó el papel de la condesa Ava, protagonista de la tragedia Sancho García conde de Castilla, escrita para ella por Cadalso. Fue estrenada en el Teatro de la Cruz en enero de 1771 y solo alcanzó cinco representaciones, las dos últimas a teatro vacío.
Dos sonetos a Filis
Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas;
ya transforma los valles en montañas,
y pone un campo donde un mar había.
Él muda en noche opaca el claro día,
en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios las cabañas,
y el juvenil ardor en vejez fría.
Doma el tiempo al caballo desbocado,
detiene al mar y al viento enfurecido,
postra al león y rinde al bravo toro.
Solo una cosa al tiempo denodado
ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
y es el constante amor con que te adoro.
Pierde tras el laurel su noble aliento
el héroe joven en la atroz milicia;
sepúltase en el mar por su avaricia
el necio, que engañaron mar y viento.
Hace prisión su lúgubre aposento
el sabio por saber; y por codicia
el que al duro metal de la malicia
fió su corazón y su contento.
Por su cosecha sufre el sol ardiente
el labrador, y pasa noche y día
el cazador de su familia ausente.
Yo también llevaré con alegría
cuantos sustos el orbe me presente,
solo por agradarte, Filis mía.
La muerte de María Ignacia y la depresión de Cadalso
Tan bien iba la relación, que Cadalso pretendía casarse con María Ignacia a pesar de que el propio ejército lo amenazó con la expulsión si se desposaba “con persona de oficio tan inconveniente y tan alejado de los postulados de la milicia”.
Como ya hemos comentado antes, no dio pie a ninguna boda porque María Ignacia murió el 22 de abril de 1771 a casusa de unas fiebres tifoideas. El escritor firmó como testigo en su testamento y la acompañó en su último momento. En sus Apuntaciones autobiográficas, Cadalso reseñará: “Su amable trato me alivió de mis pesadumbres; pero murió a los cuatro o cinco meses de un tabardillo muy fuerte, pronunciando mi apellido”.
El propio Cadalso reflejó en estas memorias cómo le afectó la muerte de su amada: “Luego de muerta la Ignacia, se acabó cuanto podía distraerme de las consideraciones que me resultaban de mi crítico estado; por lo tocante a la casa del Conde (de Aranda) volví de nuevo a ellas, las cuales juntas a la pesadumbre de la muerte, lo mucho que trabajé en la comisión que tenía en Madrid, y la suma pobreza en que me hallé (pues pasé cuarenta y ocho horas sin más alimento que cuatro cuartos de castañas) caí enfermo de mucho peligro”.
Sus amigos trataron de distraerlo, llevándolo a su tertulia de la Fonda de San Sebastián, frecuentada por Nicolás Fernández de Moratín y Tomás de Iriarte, situada en los bajos del palacio del Conde de Tepa (actual hotel NH de la calle de San Sebastián). La taberna estaba situada frente al cementerio de San Sebastián, donde estaba enterrada María Ignacia. Pero nada sirvió para recuperar a Cadalso, que en mayo de 1773 decidió partir hacia Salamanca para alistarse al regimiento “desengañado de Corte, amigos y pretensiones, y entregado a los libros”.
La desesperación de Cadalso
Como bien recoge Mery Varona, es muy probable que Cadalso visitara la tumba de su amada al poco de morir la joven, pero sin llegar al extremo que se convertiría en leyenda. Y es que un amigo de Cadalso, aseguró 20 años más tarde del fallecimiento de la actriz (y con el escritor también fallecido) que Cadalso había intentado desenterrar el cadáver de María Ignacia para suicidarse junto a ella, algo que, asegura, impidieron los sirvientes del Conde de Aranda.
El caso es que tras su partida a Salamanca se recompuso y acabó ascendiendo a coronel en 1781, si bien en enero de 1782 murió al caerle en la cabeza un casco de granada durante el sitio de Gibraltar.
Por su parte, como concluye Varona, los restos de María Ignacia desaparecieron cuando en 1809, José Bonaparte ordenó cerrar los cementerios anejos a las iglesias. En ese cementerio de San Sebastián, que nada tiene que ver con el de Carabanchel, pues estaba en la esquina de la calle San Sebastián con Huertas (donde está la Floristería del Ángel que sobrevive desde 1899) y junto a la parroquia de mismo nombre, también estaba enterrado Lope de Vega, cuyos restos también desaparecieron.
La floristería de la Plaza del Ángel, lugar donde se encontraba el cementerio de San Sebastián
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