Pablo de la Paz, vecino de Carabanchel de 90 años de edad, nos cuenta cómo vivió aquel suceso trágico de la historia de Madrid
Cuando Pablo de la Paz despertó, estaba en el cuarto de los muertos vigilado por un cabo y dos soldados. Tenía 16 heridas, entre ellas rotura de hígado, desprendimiento de riñón y dos costillas hincadas en el pulmón. Era el resultado del peor accidente sufrido en Madrid hasta entonces, el del tranvía descarrilado que cayó del puente de Toledo el 28 de mayo de 1952, cuando faltaban 20 minutos para las nueve de la noche, con el balance final de 15 muertos y 112 heridos (cifras oficiales).
La historia nos la ha contado el protagonista en una reunión organizada por AFADE, que apoya de forma integral en sus aspectos sociales y sanitarios a los enfermos de Alzheimer y sus familias. Es una asociación que se dedica a ayudarles a llevar sus rutinas diarias y rescatar historias que sirvan de soporte histórico y espiritual para eventuales sucesos que afecten gravemente las vidas de otras personas.
Pablo es un vecino de Carabanchel de 90 años de edad que muestra su fortaleza de espíritu, y como parte del programa de AFADE nos ha contado cómo vivió y cómo recuerda aquel suceso trágico en la historia madrileña y en su propia vida. Ésta es su historia.
En primera persona
“El tranvía estaba en vía muerta en la Plaza Mayor. Como tardaba mucho, el conductor ordenó ponerlo en marcha. Las personas que estábamos en la cola nos movimos para coger el mejor puesto posible. Cuando arrancó, estuvo marchando hasta la primera fuentecilla, en la que una señora dijo que se quería bajar. El tranvía paró y ella se bajó. Ya empezaban a fallar los frenos, no estaban muy bien. Al llegar a la Puerta de Toledo, ya en pendiente, otra señora volvió a pedir que parara. Esto yo lo sé porque iba a la izquierda del conductor. Allí había una barra de hierro que separaba al público del conductor, y a la izquierda había un huequecito en el que no cabía más que una persona. Ahí iba yo. Por eso me enteré de todo.
Tranvía del mismo modelo que el accidentado (dcha.). Fotos: Z. H. / Madrid Al Paso
El tranvía paró en la Puerta de Toledo, se bajó esta señora y arrancó, pero ya fue una carrera desenfrenada. Al llegar a la glorieta de las Pirámides, si no hubiera habido unas circunstancias que eran que le faltaban unos 40 centímetros de raíl, el tranvía habría seguido por el Puente de Toledo, y al llegar a Marqués de Vadillo, donde hay una pequeña cuesta, yo calculo que se habría frenado. Pero al faltar ese trozo de vía saltó, salió fuera de la misma y fue a parar a la parte derecha del puente. Allí desplazó cinco piedras de tamaño considerable, cayó y se quedó balanceándose. Como el público no se estaba quieto, al final el tranvía se echó para abajo pero sin desplazarse, sino acunándose en el paredón del puente. Fue un caos espantoso. Todo quedó en astillas y chapa. Fue algo terrible.
En seguida se organizó la evacuación de los heridos, y yo parece ser que entré en el Hospital San Carlos, hoy Museo Reina Sofía, de los primeros, por eso obtuve una cama. Allí me operaron. Más que operarme me abrieron el estómago para ver qué tenía y que saliera todo. Salí bien, dentro de la gravedad, afortunadamente. Yo tuve la suerte de que, al ver aquella velocidad tan grande, me fui echando hacia la derecha y me pilló el golpe aquí (indica la costilla derecha), entre el público y el conductor. Eso fue lo que me salvó la vida. Yo estaba haciendo el servicio militar. Por mediación de mi padrino, que era de la Policía Armada, y de un teniente coronel donde yo estaba haciendo el servicio, me trasladaron al Gómez Ulla, donde permanecí 21 días.
La reunión en la que Pablo nos contó su historia fue organizada por AFADE (izq.).
En el Hospital Gómez Ulla
En el Gómez Ulla las habitaciones eran de 32 camas, y ahí había una habitación pequeñita que los soldados la llamábamos “la habitación de los muertos”, porque allí iban los soldados que estaban muy graves (silencio, emoción). Yo debí de estar muy grave, ya que me enviaron al cabo y los dos soldados, que eran los que se llevaban los cadáveres cuando la persona moría.
Eso sí (recuerda Pablo de la Paz con satisfacción), en aquella época de escasez yo comía mucho, pues me recetaron una dieta especial, ya que estaba operado del estómago. Y las monjas en ese sentido eran estupendas. Lo que no recuerdo es haber visto nunca a un médico o a un psicólogo, como los hay ahora cuando se produce algún accidente de este tipo. De allí en adelante, fueron dos o tres años de mal vivir, con la pesadilla del accidente. Los viajes me volvían loco.
En el hospital no estaban preparados para un accidente de aquella magnitud. Oímos decir que incluso no había vendas. Pero todos aquellos sucesos me han dado la fortaleza que ahora tengo. Hace algunos días tuve un infarto grave, y en cinco días ya estaba repuesto. La recuperación es mi fortaleza. El recuerdo ya no me afecta; las cosas de hoy sí. Hace siete días falleció mi mujer, con quien he convivido 74 años, y lo llevo bien. Camino mucho, aunque tengo un 75 por ciento de incapacidad visual”.
Ésta es la conversación que hemos tenido. Sí, Pablo de la Paz puede enseñar con su ejemplo la fortaleza y la alegría de estar vivos. Para sus 90 años, se ve ágil y con las fuerzas suficientes para seguir, incluso, ayudando a los que necesiten de su ejemplo y su energía. Ya no le importa lo que digan de él, le importa la sociedad de hoy y el futuro que nos espera, pero él está dispuesto a seguir luchando por una vida digna para todos y todas.