Lo que vamos a relatar no puede ilustrarse con fotos impactantes y es por eso que a los medios de comunicación no les suscita gran interés. No hay imágenes efectistas que mostrar porque se trata de menores sometidas a una situación injusta, vergonzosa y de extrema privación de sus derechos, en el tan cacareado Madrid Excelencia de la modernidad y de la autocomplacencia.
La necesidad de salvaguardar la identidad de esas personas menores, el que no podamos ilustrar este artículo con las listas con sus nombres y una F al lado (que significa que faltan y faltan una y otra vez), ni mostrar las imágenes de las aulas semivacías, es, cruel ironía, lo que permite que siga oculta esta realidad monstruosa, enquistada, silenciada, consentida, fomentada por Administraciones que sustentan la segregación y el sistema patriarcal.
Hemos comprobado que en un instituto del distrito de Carabanchel (y también en otros, de Usera y Vallecas) hay grupos, incluso de 1º de la ESO, en los que prácticamente a diario falta a clase alrededor del 75% del alumnado, y contamos con testimonios de miembros del profesorado que prefieren permanecer en el anonimato por miedo a represalias:
“Lo primero que notas es que estás trabajando en un ghetto en el que gran parte del alumnado tiene poco interés y mucha desesperanza por su situación social desfavorecida y que el hecho de que se sepan apartadas del resto no ayuda. Compruebas que la zona está llena de centros concertados. El negocio y la religión se han aprovechado del miedo de las ‘familias bien’ a mezclarse con la ‘chusma’. Es difícil dar calidad cuando te encuentras con personas abandonadas, tal vez desde bebés, por madres y padres que solo pueden buscarse la vida todo el día y aparcan a sus criaturas en el centro escolar. Estas personas menores solo quieren llamar la atención y parecerse a su grupo de iguales a toda costa.”
“En muchos de esos grupos no hay continuidad en la enseñanza ni nada parecido, porque cada día te encuentras a personas diferentes. Se ausentan masivamente de clase. Pasan las semanas y, si llevas poco tiempo en el centro, tienes fe en que los protocolos al uso y los mecanismos necesarios se van a poner en marcha para que esto que teóricamente no puede suceder se frene. Transcurren meses y se supone que se ha hecho todo lo que había que hacer, pero cada día lo mismo: dos tercios del alumnado no está allí”.
“De vez en cuando hacen acto de presencia grupos de alumnas y alumnos que, dentro de un mismo curso y aula, llevaban muchos días o incluso semanas sin aparecer. Supones que es porque alguien les ha dado un toque a sus familias. Cuando reaparecen esos grupos es porque otros se encuentran ausentes. Digamos que se van turnando”.
“Preguntas, expones tu asombro, tu preocupación, tu indignación y tu incredulidad… pero esto lleva pasando aquí tanto tiempo (se nota por cómo se lo toma el equipo directivo e incluso el profesorado que ha trabajado varios cursos en el centro) que se ha normalizado por completo. Es más: parece que tu asombro molesta e incluso ofende. Cuando se habla de los problemas del instituto, el primero que se menciona es la falta de puntualidad, no el absentismo tan descomunal que vivimos como una constante. Con sinceridad, tengo la impresión de que hay quien prefiere que no vengan. Es un círculo vicioso, porque cuanto menos tiempo asisten, peor su comportamiento y más fácil que, para colmo, se les acabe expulsando uno de los pocos días que aparecen por allí”.
“En poco tiempo descubres que aquí hay chicas que no solo no asisten a clase, sino que sus familias las están ‘educando’ a su manera, al margen y contra la ley: para ser esposas y sirvientas de sus esposos y para ser madres. Con horror, compruebas que algunas de 13 años se han quedado embarazadas (muchas se han ‘casado’ antes) y en el centro todo el mundo sabe que si antes casi no se pasaban por aquí, ahora ya ni van a venir más. Se habla de ello con mucha naturalidad: es rutinario en una escuela de estas características. Cuando en el 2023 una chica te dice que para qué va a estudiar, si su destino es seguir debajo de su padre hasta que esté debajo de su marido, te inundan la rabia y la impotencia”.
Al recibir estos testimonios, escribimos al Defensor del Pueblo, que nos recuerda que antes de acudir a esta institución en este caso debemos dirigirnos al Ayuntamiento. Nos contestan del Área de Gobierno de Familias, Igualdad y Bienestar Social, Dirección General de Familias, Infancia, Educación y Juventud, y se cuelgan unas cuantas medallas por todos los recursos que aseguran movilizar al respecto. Se complacen de que “solo” un 1,1% es absentista. Calculen lo que supone esto en números. En cualquier caso, si los recursos actuales no han sido nunca ni son ahora suficientes, y a lo que vemos a diario en estos centros me remito, ¿cuándo tomarán todos los actores implicados medidas urgentes para acabar con esta lacra? Porque el que lleve décadas sucediendo no lo hace menos urgente, sino todo lo contrario.
Unas decenas de personas para paliar una realidad tan atroz… es una miseria. Hemos detectado una relativización bochornosa de la violencia machista por aplicaciones culturales que practican ciertos grupos, es decir, de la idiosincrasia compuesta por creencias religiosas y tradiciones que desprecian a la mujer en familias que privan a sus hijas, especialmente, del derecho que la ley les reconoce. Como servidoras y servidores públicos, nuestra obligación es defender los derechos humanos, más si se trata de las y los menores para quienes trabajamos, y no ser comprensivas y tolerantes con costumbres que los violan. ¿Dónde está aquí el papel de la escuela en la educación en igualdad si, para empezar, no se remueve Roma con Santiago para que las menores que se ven sometidas a sus padres y luego a sus “maridos” acudan a clase?”. Todo ello gracias a un sistema cómplice y criminal que se aprovecha del sometimiento de estas criaturas, o incluso favorece con ayudas económicas que esas familias vendan y entierren su futuro por unos cientos de euros.
Mientras no se mezclen las distintas etnias y nacionalidades tanto en los barrios como en las escuelas, este horror y esta vulneración de derechos de personas menores, lo más grave que puede suceder en un país, se seguirá perpetuando. Desde aquí lanzamos un SOS para acabar con el inmovilismo y el oscurantismo y que asociaciones y medios pasen a la acción denunciando a las Administraciones que fomentan estas desigualdades para hacer que cada una y cada uno de los menores de nuestra comunidad (y en todo el mundo) pueda ejercer de manera efectiva su derecho a recibir educación, como mínimo hasta los 16 años, asistiendo a las aulas y no en las garras del más rancio patriarcado.