Cuántas veces he venido
por la vereda de los ailantos,
los almendros y las moreras
para verte.
He tocado tus muros y he sentido
el pálpito de tus piedras y las manos de los alarifes que te levantaron.
He contado el número de las dovelas de tus arcos que se abren
como flores en la portada
de tu entrada.
Hoy he venido de nuevo a verte.
Levanto la vista hacia la torre
que se alza como vigía
sobre los campos otrora de los Vargas que labraba San Isidro,
labrador, pocero, zahorí y milagrero.
Ha habido noche en que he visto a la luna menguante pararse
con su barca de plata
sobre esta torre, cansada de recorrer
países, mares, continentes.
Miro la ventana que da a oriente
y me maravillo de la belleza muda
de su arco.
Entro en tu recinto sagrado
y me vuelven a hablar los escudos
de los reyes de Castilla y de aquel papa aragonés perseguido,
que murió exiliado en Peñíscola diciendo que él era el legítimo papa.
Y llenando el espacio
de las vigas, las paredes y los cuadros del retablo, repaso una a una
las imágenes repetidas de una mujer,
María Magdalena, la discípula amada
a quien se rindió culto aquí
y te dio nombre durante siglos.
Me siento, cierro los ojos
y pienso en los pueblos
que caminaron por tu suelo.
He venido hoy a visitarte
a la caída de la tarde y a acompañarte
en tu soledad
como se visita a una madre.
He venido a decirte:
acógeme en tu seno ahora
y por los siglos de los siglos
junto a los cipreses y los ailantos.
¡Madre!
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NOTA: Este poema es un ruego a los políticos para respetar el entorno de la ermita de Nuestra Señora la Antigua y su vereda frente a las carreteras proyectadas. Y una invitación a su párroco a que se una a nuestro ruego y a un diálogo más allá de prohibiciones en carteles en la ermita y expulsiones de la misma.